En realidad el verdadero motivo de esta cruzada no era la herejía (al fin y al cabo herejes somos todos, hasta los más ortodoxos, pues la herejía de hoy bien puede ser la ortodoxia de mañana) sino la desobediencia al papa, el desacato. A Francisco de Asís, el más pobre entre los más pobres, Inocencio III lo conoció en persona y no lo mató. Pero es que el sumiso Francisco había llegado ante él en son de obediencia, lamiendo pisos; en cambio los albigenses de dieron a discrepar, a refunfuñar, a perorar contra las riquezas y la corrupción del clero. Al papa lo llamaban "el Anticristo" y a su iglesia "la puta de Babilonia", según la expresión de ese libro alucinado y marihuano que escribió San Juan en la isla de Patmos a los 100 años, el Apocalipsis: "Ven y te mostraré el castigo de la gran ramera con quien han fornicado los reyes de este mundo. La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata; resplandecía de oro, de piedras preciosas y perlas; y tenía en la mano una copa de oro llena de las inmundicias de su fornicación, y escrito en la frente su nombre en forma cifrada: Babilonia la grande, la madre de las meretrices y abominaciones de la tierra (Apocalipsis 17:1-5).
Muerto Inocencio III su cruzada pasó a Honorio III, luego a Gregorio IX (tío del futuro Alejandro IV y sobrino de Inocencio III, quien a su vez era sobrino de Clemente III) y luego a Inocencio IV. En la catedral de Saint Nazair mataron a doce mil. El obispo Folque de Tolosa en su obispado mató a diez mil. Y el arzobispo de Narbona mató a doscientos: los arrojó a una enorme a una enorme hoguera que encendió en el prat des cramats, al pie del castillo de Montsegur. En Agen, en fin, quemaron a ochenta. ¿Tan sólo ochenta? ¿Acaso perdía fuerza la cruzada de los inocencios? Sí, pero por escasez de materia combustible, no por falta de voluntad comburente. Dejaron a la civilización de Languedoc cual tabula rasa . ¡Adiós a trovadores y juglares, cantar en los coros celestiales! ¡Adiós a langue d`oc. Los calumniadores de oficio, que nunca faltan, dicen que durante esa cruzada la Iglesia mató a un millón. ¡Qué va! Si acaso a cien mil. Cien mil que de todos modos se habrían muerto, ¿o me van a decir que después de de ochocientos años seguirían vivos, por más albigenses que fueran? No, no se puede. La tierra gira, el sol se pone y todo se acaba.
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